sábado, 18 de octubre de 2014

Revivir a la Madre

Revivir a la Madre, afirma Casilda Rodrigáñez en su libro “LA REPRESIÓN DEL DESEO MATERNO Y LA GÉNESIS DEL ESTADO DE SUMISIÓN INCONSCIENTE” , como una estrategia de recuperar el verdadero potencial de su sexualidad y desbaratar al patriarcado…
Pero según mi parecer revivir a la propia madre es otra cosa, resulta mucho más complejo. Sobre todo resulta difícil cuando tú misma te conviertes en una. Cuando te ves con un bebe en brazo e imaginas la vida que tuvo tu madre como  si fuera la tuya…Cuando miras al espejo y reconoces lo mucho que te le pareces aunque hayas batallado por años contra su figura…
Es difícil convertirse en madre y revalorizar lo que desde niña entendiste como sumisión y sometimiento, recuperar lo que se nombró como postergación, abnegación y falta de oportunidades…  En mi caso, llegar a ser madre no era una aspiración que ansiara con desvelo, no era una oportunidad de realización ni mucho menos una proyección para “realizarme en la vida”…
Todo lo contrario, crecí con la advertencia de “no traer huachos a la casa”, de “estudiar para no trabajar de nana como tu mamá”, de tener una profesión y un trabajo para “que ningún hombre me comprara los calzones”, de estudiar una carrera para “no quedarse en casa cuidando wawas”, porque “una wawa te puede cagar la vida”…

El discurso se repitió mil veces…en el liceo de niñas, en el machismo universitario pero por sobre todo con la experiencia de ver a mi madre servirle a mi papá aunque la tratara como estropajo…todo ese servilismo me hizo renegar de sus vivencias… Una negación repetida de generación en generación, parece…porque mi madre también renegó de mi abuela, se escapó del campo, quiso olvidar que era “india” y que creció a “pata pelá”…
Mi madre, cansada de tanta miseria se vino a Santiago. Conoció las luces de la ciudad que la encandilaron con los ánimos de una vida distinta. Trabajó de sirvienta –como le decía mi papá, en casa ajena- trabajó de mucama en el viejo Hotel City y fue reina de la primavera en los años ’60… Vivió con una hermana mucho mayor, casada y chaperona, hizo cursos que entregaba el gobierno de corte y confección…hasta que se casó con mi viejo…
De ahí pa’ delante lo único que intentó controlar en su vida fue la cantidad de hijos, porque “vio lo que su madre sufrió con tanto crío chico”…tuvo dos pequeños –la parejita- que se llevaron por tres años…hasta que doce años después la “t de cobre” la traicionó con una pequeña niña  a sus cuarenta y tantos años… -quien les escribe.
A diferencia de mis abuelas, sus partos fueron medicalizados. Parió en hospital público y sus hijxs nacieron con la ayuda de “fórceps”. A diferencia de mi abuela se medicó toda su vida fértil con las nuevas pastillas anticonceptivas y con los  novedosos métodos de control natal que comenzaban incipientemente a ser administrados por la salud pública latinoamericana,  como los novedosos dispositivos intrauterinos.
Mi madre al igual que mi abuela, al casarse no volvió a trabajar… “fuera del hogar”. Al casarse soportó llantos, rabias, explotación y golpes de un macho cavernícola. Tuvo que soportar que adiestraran a sus pequeños con la punta de fierro de los zapatos obreros. Tuvo que silenciar sus deseos, sueños anhelos y disfrazar su forma de criar con ternura. Fue dueña de casa, madre y trabajó de modista en un pequeño cuarto de cachureos escondido en el último rincón de la casa. Batalló toda su vida para darle estudios a su hijxs, aguantó cuanto pudo al lado de ese ser detestable, nunca sabré si por “amor” o por el deseo de estabilidad que le otorgaba el sueldo de ese obrero con el que había parado la casa propia en una población de la vieja Barrancas.
Mi madre, murió batallando. La atrapó un cáncer que hizo sucumbir sus pulmones. Vivió la extirpación de un seno y libró veinte mil batallas con la radiación de la quimioterapia. Mi madre soportó, aguantó años con la certeza de que la muerte golpeaba su puerta. Mi madre resistió, estuvo en resistencia y yo soy parte de esa herencia…
Sin embargo, nunca me imaginé abocada al trabajo doméstico como ella. Nunca imaginé mi “producción en lo cultural postergada” por la elección de cuidar hijxs…Nunca fue mi expectativa detener mi acelerado rumbo para maternar por un buen periodo en casa…
Para revivir a la Madre…primero tuve que matar en parte a la hija…y deshacerme de prejuicios que intentaban encasillar a mi propia mamá en categorías prestablecidas (blanco/negro) tuve que entender que mi madre nunca fue un sujeto pasivo y que de alguna manera jugó sus cartas y gestionó hasta donde podía o creía sus propias negociaciones amorosas…tuve que entender que situarla en algún lugar u otro era sólo reproducir parte de mi propia autodesignación…
Sólo puedo decir que comencé a revivir a mi propia madre desde el momento que nació mi primera hija. Se me “destaparon los sentidos”…recuperé una relación preverbal que sólo las moléculas de mi cuerpo recordaban, se activaron “túneles” de memoria y pude recuperar las caricias de mamá, su cuerpo y el mío retozando…caricias, juegos, sonrisas, contacto y cercanía, besos y una ternura insospechada que me recorrió y recorre todos los poros de mi piel…
Esa mujer loba, fiera y aleonada que se activó por el sólo hecho de cargar un cuerpecito pequeño no creo que sea producto del instinto ni de la cultura por separado, sino que lo entiendo como la recuperación de un lenguaje ancestral que se desprende como aprendizaje de nuestra relación primaria con el ser humano que nos cobijó por meses y nos abrigó en su cuerpo los primeros años… De alguna manera, recuperé acciones, posturas, juegos, muecas que tenía olvidada y que tal vez también fueron parte de lo que mi madre aprendió de la suya…
Revivir a la madre significó para mi activar una herencia corporal abrigada en mis células y silenciada por años de aversión a mi propia imagen de dominación… Significó abrir mi horizonte racional, desaprenderme de los ropajes del control, desactivar patrones de seguridad y autoconfianza para soltar…y entregarme a la experiencia de aprehender desde otra piel, una y otra vez…
Recuperar a la Madre no consiste en repetir la figura del sometimiento y pasar por los mismos atropellos de nuestras antecesoras. No consiste en reivindicar un “antes” que supuestamente instalaba el espacio de la reproducción en los úteros de las mujeres y la producción en la labor masculina… Ni contemplar el pasado como una utopía idílica que proveía a las mujeres del espacio para criar y a los hombres de proveer con un solo sueldo. No se trata de reivindicar la vuelta al hogar, no se trata de arrojar la responsabilidad de la crianza al maternaje de mujeres, solas vulnerables y encerradas en las paredes del individualismo de la familia nuclear.
Revivir a la madre no consiste en alabar las proezas de nuestro linaje femenino para acumular sobre nuestros hombros la culpa, la rabia y el miedo por no hacerlo bien en la gestación/parto/crianza de nuestrxs hijxs…en soledad esperando la vuelta a casa de una pareja…si la hubiera…
Revivir a la Madre es olvidarnos de la homogenización de las vivencias y entender que las mujeres que maternan son múltiples. Que las mujeres que gestan y crían pueden o no producir y reproducir estereotipos en la configuración de los cuerpos biopolíticos…Pueden existir “madres normalizadas” que continúan de manera acrítica con la autoafirmación de sus propias identidades y “madres puestas en aprietos” aprendiendo a reconfigurarse a cada paso que crean/crían… agenciándose con otrxs, afines, para colectivizar sus propia experiencia…
Revivir a la Madre consiste en dotar  la herencia de los cuidados con la tinta de la insumisión…

2 comentarios:

  1. Es un lujo que estas historias de vida puedan ser compartidas hoy en la red, y podamos alimentarnos unas de otras, a lo largo y ancho de todo el mundo!
    ¡Muchas gracias! ¡Un abrazo!

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    1. Un lujo que tu Ileana puedas leerme! Un lujo compartir contigo después de tanto leerte y alimentar mi pensamiento politico materno y feminista con el tuyo! Gracias a tí por comenzar esta oleada de guerrillas maternas! Abrasoles desde este rinconcito de tierra!

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